domingo, 16 de agosto de 2009

Cuarto Cuento - El Cocofrutito

Sucedió hace mucho, mucho tiempo y en un alegre estanque (¿Sabes lo que es un "estanque"? Un lugarcito donde el agüita no corre que está estancada) Bueno, sigamos. Una mamá cocodrilo cuidaba sus huevitos y los contaba una y otra vez.

- Uno, dos y tres-. Pensaba que pronto vería a sus tres hijitos y sonriendo, decidió darse un bañito dejando el nidito solo.

Entonces, una comadreja ladrona agarró uno de los huevitos y salió corriendo, pero al ver que la cáscara era muy dura, lo tiró a otro estanque muy distinto del que lo había robado.
Este era un estanque con aguas turbias, sucias y bastante oscuras, donde no se veía si era profundo o no, ni siquiera se oía el croar de una ranita y lo más triste era que estaba muy muy lejos del nidito de la mamá cocodrilo.

¿ Y qué pasó cuando la mamá comenzó a contar los huevitos?
- Uno, dos y ….-. "Conté mal", pensó.
- ¡ Uno , dos y ..dos !!! ¡¡¡Me falta uno!!!


Comenzó a buscar por todos lados y al cabo de casi todo un día de búsqueda, se puso a llorar y muy triste pidió un deseo: que alguna vez volviera a ver a su hijito y que pudiera darse cuenta de que era él y poder abrazarlo dulcemente y decirle que lo quería.

Mientras tanto, el pobre huevito cayó en lo profundo del estanque, en donde existían muchas cuevas. Cuando llegó el tiempo en que los huevitos se rompen para que salga el hijito, la cáscara se rajó (¿Sabes que es "rajarse"? Significa que se rompe pero no del todo, como si fuera una rayita) y comenzó a dar vueltas y vueltas hasta que apareció un hocico largo, una boquita con dientes finitos, unos hermosos ojitos azules y una cabecita con pocos pelitos.


Después, haciendo fuerza con las patitas delanteras, rompió del todo el huevo y salió un cuerpito, otras dos patitas, en este caso traseras, y finalmente una larga colita. Buscó inútilmente a su mamá y pensó que capaz que no veía bien y comenzó a nadar por todo el estanque y como las aguas no eran muy claras buscó y buscó, hasta que de tanto cansancio, se quedó dormido.


Cuando se despertó, ya muy desanimado (¿Sabes lo que es "desanimado"? Significa con poca esperanza de lograr algo) siguió nadando, hasta que se encontró con una hermosa plantita llena de frutos rojitos y que lo miraba con una gran sonrisa.


- ¡Hola!-, le dijo la plantita.
- ¡Hola!- le respondió el cocodrilo.
La plantita, que era muy preguntona, le dijo:

- ¿Dónde está tu mamá? ¿Estás solo? ¿Tienes hambre? ¿Qué comes?
A lo que el cocodrilo le respondió con tristeza que no sabía donde estaba su mamá, que sí tenía hambre y que no sabía que comía ya que hasta el momento nadie le había dado ningún alimento.
Entonces la plantita, que también era muy buena, le dijo:
- Prueba una de mis frutitas, son muy parecidas a las frutillas y son muy dulces-, y moviendo sus bracitos le dió una fruta muy rica.

Al principio comió despacito y con un poco de timidez (¿Sabes que es timidez? Es tener un poquito de vergüencita) pero al sentir que eran tan ricas comió hasta cansarse y decidió que si a la plantita no le importaba que comiera mucho, serían sólo sus frutitas su único alimento para siempre. Y se durmió ahora con la pancita llenita y abrazado a la plantita. Pero un ruido muy fuerte lo despertó y cuando miró alrededor suyo, se encontró con cuatro cocodrilos grandes, feos y peludos, quienés enseguida le demostraron que no querían ser sus amigos. Y para colmo, al ver que el pequeño cocodrilo se alimentaba con frutos, entre risas y burlas lo llamaron el "Coco-frutito".

Aún viendo que estos señores no lo querían, el pobre cocofrutito los seguía a todas partes, pero ellos le daban la espalda y no le hablaban nunca. Así fue que el cocofrutito aprendió a andar solito y se sentía feliz cuando estaba con su amiguita la plantita, a quien le había tomado mucho cariño.
Como pasatiempo, el cocofrutito aprendió a nadar en busca de tesoros, que no era más que lo que traía el viento o que la gente tiraba y así juntó una sillita grande, dos chiquitas, un pañuelo, un sombrero viejo, algún platito y un palito largo.


Un día en que los cocodrilos malos estaban juntos, el cocofrutito les quiso hablar y comenzaron esta vez no sólo a burlarse, sino que con sus grandes colas lo usaron como si fuera una pelotita y lo mandaban de aquí para allí hasta que algo mareado y con lágrimas en sus ojitos, decidió irse de ese estanque. Pero antes fue donde estaba su plantita y le preguntó:
- ¿Amiguita, quieres venir conmigo? Aquí nada tengo ni quiero a nadie, salvo a ti.
La plantita, que estaba muy cansada de vivir en ese estanque, contestó contentísima:
- ¡Por supuesto querido Coco, me voy contigo!
Y así partieron, después que el Cocofrutito juntara sus tesoros en el gran pañuelo y los atara en el palito y colocara con mucha delicadeza a la pequeña plantita dentro de una pecerita. Y nadó y nadó, tanto, tanto, que cuando llegó a un estanque de noche se quedó dormido.


A la mañana siguiente, cuando salió el solcito y dió calorcito, el coco y su plantita se despertaron. Grande fue la alegría al ver que ese estanque era todo lindo, desde el agüita que era transparente, las florcitas que nadaban sobre ella, las mariposas volaban sobre las flores, los pajaritos tomaban de ella en la orilla, mientra que un montón de pececitos de colores nadaban tranquilamente, juguetones. Por supuesto que los dos estuvieron de acuerdo que ese lugar sería su nueva casita y sin decir más, se zambulleron en el agua.

Bajo el agua había muchas cuevitas y el cocofrutito y su amiguita eligieron una muy cómoda. Cantando una linda canción, el coco se armó su nuevo hogar, colocando bien a la vista a la querida plantita. Pero... ¿qué pasaba en el resto del estanque?

Llenos de miedo, se habían reunido todos los habitantes del mismo. Todos querían hablar al mismo tiempo y la señora Rana, que era muy chillona, gritó:
-¡Es un cocodrilo, nos va a comer!
El señor Sapo dijo:
-¡Croac, croac!! ¡¡¡Yo pienso igual!!!
Los pececitos estaban todos juntos llorando. - BUUUUU!!!!BUUUUU!!!, nos va a comer!!
Pero de pronto se escuchó:-¡Silencio! ¡Silencio! ¡Basta de tonterías! ¡Hay que ir y hablar con él y si tiene malas intenciones, que se vaya!-
¿Quién hablaba así? Era Pizpireta, una hermosa pececita muy valiente y gran cocinera.
- ¡Claro,claro!-, contestaron juntos Pirincho y Benjamín, los dos amiguitos de Pizpireta.
Pirincho tenía unos pelitos todos paraditos, de ahí su nombre y si se ponía nervioso, tartamudeaba y Benjamín era un pececito azul, que cuando tenía miedo se ponía blanco del susto.
- Muy bien-, dijeron todos.
- ¿Quién será el que vaya?-. Nadie contestó. - ¿Quién, eh, quién?
- Yo no.
- Yo no.
- Yo no-, contestaron la Rana, el Sapo y algunos pececitos.
- ¡Qué miedosos!-, dijo Pizpireta. -Iré yo.
-¡Ya va a ver ese cocodrilo! dijo saliendo solita y muy apurada hasta la cueva del cocofrutito.
Atrás, muy agitados, estaban sus amigos. Pirincho tartamudeando (¿Sabes lo que es "tartamudear"? Es repetir en pedacitos una misma palabra).
- Piz--Piz--Piz--pireta, no va--va--va--yas solita...
Pizpireta que en realidad sentía mucho miedo, pero no lo demostraba, les dijo:
- Amigos, esperen aquí y si tardo mucho váyanse ligerito para sus cuevitas.
Los pececitos se escondieron detrás de una roca, mientras Pizpireta golpeaba la puerta de la cueva del cocofrutito.
¡TOC,TOC,TOC!. Esperó y cuando la puerta se abrió, sintió que su corazoncito latía fuerte, cerró los ojitos y cuando los abrió se encontró con un cocodrilo de hermosos ojitos azules y con una linda sonrisa que le preguntaba:
-¿Si, qué necesitas??
Pizpireta suspiró hondo y haciéndose la valiente le dijo:
- ¡Si vienes a querer comernos a todos ya te estás yendo, porque no queremos a nadie malo aquí!!!
El coco sonrió y dijo:
- Mira, pececita. Me alimento de los frutos que me da mi amiga la plantita-, y se corrió un poco para que Pizpireta pudiera ver la pecerita desde donde la saludaba muy sonriente la plantita. ¡Qué linda sorpresa, un cocodrilo bueno que iba a ser su amigo!
Y como ella era una excelente cocinera, juntó unas frutitas y prometió volver con un rico postre.
Afuera, Pirincho y Benjamín esperaban impacientes a su amiga y cuando la vieron salir sonriente y con muchas frutas, le preguntaron qué había pasado. Pero al ver al cocofrutito de cerca Benjamín se puso blanquito, blanquito y Pirincho comenzó a tartamudear.
- No teman – dijo Pizpireta -les presento al cocofrutito y su plantita, serán nuestros nuevos amigos.
Los pececitos, todavía con sus ojitos muy abiertos por el miedo, lo miraron pero al ver la tranquila mirada azul del coco comprendieron que no tenían nada que temer. El cocofrutito comprendió que allí se quedaría junto a su plantita y sus nuevos amiguitos, a los que defendería y cuidaría siempre.

Y aún cuando no cesaría de buscar a su mamá, por primera vez desde que había nacido, se sintió acompañado y en su sonrisa los pequeños dientitos brillaron como pequeñas estrellitas llenas de felicidad.

Y Colorín Colorado...este cuento se ha terminado.

¡¡OJO!! Que nos volveremos a encontrar con nuestro querido Cocofrutito y sus grandes aventuras!

¡Hasta pronto, amiguitos!
Abuela Tata

sábado, 15 de agosto de 2009

Tercer Cuento - Penacho Colorado



Existió hace mucho mucho tiempo en un hermoso bosque, la historia de un pequeño pajarito al que llamaban Penacho Colorado.


¿Por qué lo llamaban así? Porque este pajarito había nacido diferente, pues tenía entre las plumitas de su cabecita un largo y paradito penacho (¿Sabes lo que es un "penacho"? Es un mechoncito o un montoncito, en este caso, de plumitas porque era un pajarito) color rojo o colorado (¿Sabés que es lo mismo?) muy fuerte, te diría que casi brillante.


Cuando el pajarito tuvo que ir a la escuela, se preparó muy bien, contento de imaginar que iba a estar con otros pajaritos que serían sus amiguitos y con quienes jugaría todo tipo de juegos.


Pero grande fue su desilusión al oír a sus compañeritos reírse de su mechoncito colorado y, más aún, no querer jugar con él pues era diferente. Y le gritaban "¡Penacho Colorado!"


Sólo una pequeña pajarita llamada Rosita se acercó y trató de consolarlo (¿Sabés que es "consolar"? Tratar de calmar amablemente a otro) quitándole importancia al comportamiento de sus compañeros. En cambio, ella compartió con él las ricas miguitas que su mamá le había dado para la merienda y aceptó las que le daba Penacho.



Así pasó el día y cuando la maestra los despidió, Rosita le dijo: "¡Hasta mañana, Penacho!" y el pajarito sintió que cuando su amiguita decía el sobrenombre, éste no era tan feo.


Cuando entró en su casita, la mamá muy alegre le preguntó como había sido su primer día de clase. Penacho suspiró muy triste y le contó lo que había pasado.


Su mamá sintió un poquito de tristeza también, pero sin demostrarlo le dijo: "Querido hijito, es verdad que eres diferente, has nacido así, pero por algo ha sido, quizás Dios tiene para tí alguna misión (¿Sabes que es una "misión"? Es algún trabajo o algo que deberás hacer) y con el tiempo todos tus amiguitos te amarán por lo que tú eres". Penacho se sintió un poquito mejor y como amaba mucho a su mamá y ella nunca le había mentido, creyó en lo que le había dicho.


Al otro día y al otro y al otro los compañeros de clase siguieron con sus burlas, dejando a Penacho Colorado cada vez más solito y, salvo en los momentos en que Rosita lo veía en un rinconcito de una ramita y venía a jugar, las tardes eran para el pajarito muy feas.


Hasta que una mañana, cuando su mamá vino a despertarlo para ir a la escuela encontró al pajarito con muchos moquitos y pensó que Penacho estaba muy resfriadito y lo dejó faltar a clase, sin saber que la naricita tapada de Penacho era de tanto llorar durante toda la noche por lo que le pasaba.


Se quedó en su camita y su mamá le trajo unas ricas miguitas de una torta que había sacado del horno. A medida que pasaba el día, Penacho se sintió mejor, pero estuvo pensando qué podía hacer para no ir más a clase, para no soportar más burlas, pero también pensó que si no iba no aprendería a leer, a escribir, y por sobre todas las cosas, no volvería a ver a su amiguita Rosita.


En ese momento se sintió un griterío y algunos llantos. ¿Qué pasaba? El pajarito se bajó de la cama y miró por la ventana. Todos los pajaritos grandes y pequeños volaban y piaban tanto que no se entendía nada.


Su mamá se asomó y preguntó qué había pasado y una señora pajarita contestó: -¡ Se ha perdido Rosita! No la encontramos por ningún lado, parece que distraída jugando se alejó hacia el Bosque Negro (así le llamaban a un bosque cercano porque era muy oscuro). ¡Nadie la volvió a ver ni tampoco se animan a ir a buscarla porque tienen miedo!


Al oír sobre su amiguita, Penacho abrió su piquito y pió muy fuerte- ¡Yo la buscaré y la voy a encontrar! Todos dejaron de piar y lo miraron muy serios.


Los papás de Rosita se acercaron y dijeron: - ¿Serías capaz, Penacho ? Nosotros volamos toda la tarde y no la vimos porque hay muchos árboles y no podemos darnos cuenta de dónde está...

-Sí, yo iré gustoso porque es mi mejor amiga-, dijo el pobre Penacho, sin aclarar que ella era su única amiga.


Entre trinos y aleteos, todos los pajaritos del lugar acompañaron a Penacho hasta el Bosque Negro, pero no entraron con él. Mientras tanto, los papás de Rosita volarían por encima de los árboles para ayudar en el caso de que Penacho la encontrara.


Al principio Penachito sintió miedo, pero a pesar de que su corazoncito latía muy fuerte, buscó y buscó llamando a su amiguita.

-¡Rositaaa!! ¡Rositaaaa!!!

Nada...

-¡Rositaa!-, volvió a piar y de pronto escuchó un "...Aquí estoy..." muy débil, que venía de una cueva de un árbol.


Voló rápidamente hacia allí y con gran alegría encontró a Rosita quien, pobrecita, tenía un alita rota.

-¡Penacho, que alegría!-, dijo la pajarita con sus ojitos llenos de lágrimas, - creí que nadie me encontraría!

Penacho, muy emocionado, ayudó a la pajarita a ponerse de pie y a subirse sobre su espaldita y con gran esfuerzo comenzó a volar.


Y subió y subió hasta lo más alto de la copa de un gran árbol, donde apoyó a Rosita. Comenzó a aletear para llamar la atención de los papás que sobrevolaban el bosque.

Nada pasó, y Rosita dijo:-Es inútil, no nos encontrarán.
Penacho sintió que debía creer y tener fe y así se salvarían los dos. Los papás de Rosita, muy angustiados (¿Sabes que es "angustiados"? Estar muy, pero muy, preocupados) buscaban y buscaban, cuando de pronto sobre la copa muy verde de los árboles vieron que se asomaba algo muy rojo y brillante. ¿Adivinan qué era? ¡¡Era el hermoso mechoncito de Penacho Colorado!! ¡¡Qué alegría, gracias a Penacho habían encontrado a su hijita!!!

¿Y qué creen que pasó cuando llegaron a sus hogares? ¡Estaban todos los compañeritos de la escuela esperando a Penacho, y cuando éste llegó lo rodearony le pidieron perdón por todo lo que lo habían hecho sufrir! Y reconocieron que sí, que Penacho era diferente, pero por suerte esa diferencia había ayudado a una pichoncita.
Al volver a las alitas de su mamá, Penacho pensó en las palabras de consuelo que ella le había dicho y ahora sí comprendió el significado de ellas y al pasar por un charquito de agua en donde se reflejaba, miró su penacho y sonrió contento. ¡Sí! ... quizás Dios lo había elegido para que fuera como un angelito de la guarda, y agradeció, contento de ser Penacho Colorado.
Y Colorín Colorado...este cuento se ha acabado.
¡Hasta pronto, amiguitos!
La Abuela Tata

viernes, 10 de julio de 2009

Segundo cuento - El gusanito triste

Hace mucho tiempo existía un hermoso bosque lleno de alegría, ya que todos, todos sus habitantes, tanto animalitos como bichitos, estaban siempre muy pero muy contentos...
A ver … ¡¡Un momento!! Todos salvo un pequeño y feuchito gusanito color marroncito, no se encontraba alegre, estaba tan triste que sus lagrimitas regaban el pastito en que se encontraba acostado.

Los pajaritos que volaban jugando entre sí, se pararon al verlo y preguntaron:
– ¿Por qué lloras?
- Porque estoy triste-, respondió el gusanito.
- ¿Y por qué estás triste?-, preguntaron los pájaros.
- Por muchas cosas-, contestó él.
- ¡Cuéntanos, cuéntanos!-, dijeron trinando los pichoncitos.

El gusanito, con una patita delantera, se limpió una lágrima y comenzó a hablar:
- Bueno, primero no tengo mamá, por lo tanto no la conocí. ¿Por qué me dejó? ¿Será porque soy tan feuchito que no le gusté y se fue dejándome aquí solito y amargado?
-Mira, yo no te veo tan feo – dijo el pajarito más pequeño.
- Yo tampoco- se agregó el segundo.
- Y mirándote bien a mí me pareces muy simpático- contestó una pajarita.
- Ustedes son muy buenos ¡sniff, sniff!!-, lloró el gusanito y diciendo adiós se metió en una cuevita de la tierra.

Al día siguiente al salir de su casita, vio el cielo tan celeste y el solcito tan calentito, que llegó a pensar que con un día tan lindo quizás su mamá volvería. Quietito en un mismo lugar esperó horas y horas y de pronto apareció una mamá gusano que llevaba a cuatro coloridos hijitos.
- ¡Señora, señora!-, habló el gusanito, loco de contento -¿Es usted mi mamá??
La señora gusano, que en realidad era muy antipática (¿Sabés que es "antipática"? Que no es simpática ni agradable) contestó enseguida:
- ¿Cómo se te ocurre? ¿Acaso no ves bien? ¡Mira mis lindos hijitos, qué hermosos colores tienen, iguales a los míos! Mientras que tú…tú… Bueno, eres tan insignificante... (¿Sabés qué significa esa palabra? Significa que estás pero nadie te tiene en cuenta como si no estuvieras) ¡Faltaba más!-, y muy coquetona siguió su camino con sus hijos que al pasar delante del gusanito expresaban: -¡Faltaba más!

¡Pobre gusanito! Ahora no sólo estaba triste sino que tenía vergüenza de ser tan feíto y se escondió en un arbolito que estaba cerca de allí.

Al verlo subir por su tronquito el árbol río y le dijo:
- ¡JA,JA,JA! Despacio, que me haces cosquillitas, ¡JA! JA JA!!
-¿A mí me hablas?- exclamó el gusanito.
- Sí, a tí, mi querido gusanito. Pero ¿por qué esa cara de limón?–, rió el árbol.
- ¿Te parezco gracioso?-, preguntó el gusanito -Estoy solo y encima mi mamá me dejó por feíto...
- ¿Cómo dices una cosa así? -, dijo el árbol, ahora sí muy pero muy serio. - ¿Qué sabes como era tu mamá? Quizás por alguna razón ella tuvo que irse, pero eso no quiere decir que no volverá, algún día no muy lejano vendrá a buscarte.
- ¿Tú crees? ¡Ah, querido señor árbol, ojalá fuera cierto! Pero…pero ¿cómo voy a reconocerla si nunca la he visto y ella tampoco a mí?
- ¡EH, EH!... Para, niño, para… No te enloquezcas, confía en mí.

El gusanito estaba tan agradecido al señor Árbol que le juró que nunca, nunca, se iría de su cuevita en el tronco. El árbol sonrió pensando en silencio que un día se iría como lo había hecho su mamá. Pasó el tiempo y el gusanito se hizo tan amigo del señor Árbol, que nunca más se sintió solo y cada día que pasaba anotaba una rayita en su tronco esperanzado con el regreso de su mamá.

Un día el gusanito le dijo al árbol:
- Hoy no me siento bien, no sé que tengo, me siento enfermito.
El árbol lo miró y comprendió que faltaba muy poco para que su nuevo amiguito se fuera para siempre. El gusanito eligió una ramita y con un hilito comenzó a tejer alrededor suyo un hermoso capullo (¿Sabés que es un capullo? Es como una casita de algodón sin puertas ni ventanas). El árbol muy dulcemente tapó al capullo con una rama para que el viento no lo tirara.

Pasaron los días y el capullo comenzó a moverse, luego a agujerearse y poco a poco aparecieron unas patitas y una cabecita con los mismos ojitos que el gusanito. Pero ¿¿saben qué??. Ahora era una hermosísima mariposa y cuando estiró sus lindas alas parecía que llevaba un vestido de cristales. El gusanito voló hasta el lago y en sus aguas como si fuera un espejo, se miró. Se tocó la carita, porque no podía creer lo que estaba viendo. Era una hermosa y elegante mariposa.

Voló alrededor de su amigo y le dijo:
- Tú sabías, ¿verdad?
- Sí-, contestó el árbol, -Lo sabía y alguien pronto vendrá a buscarte...
- ¿A mí?
- Sí, a tí-, contestó el árbol mirando el cielo.
Inmediatamente se oyó un aleteo y sobre una de sus ramas se posó una mariposa igualita, igualita al gusanito...¡Perdón, perdón! ¡A la mariposita!

Enseguida comprendió que era su mamá y se abrazaron tan fuerte, tan fuerte, que parecían una sola. Ahora entendía lo que había pasado, nunca la habían abandonado.

Ambas mariposas miraron al señor Árbol con agradecimiento.
- ¡Nunca te olvidaremos querido amigo!- dijeron las dos.
- Yo tampoco-, dijo tristemente el arbolito, escondiendo una lágrima, y continúo:
- ¡Pero deben apurarse, el tiempo apremia! Es decir que te apura. Debes conocer todo lo bello del mundo y pronto me traerás otro gusanito, pero ahora será tuyo y tendré que alegrarlo y cuidarlo como hice contigo.
- Gracias por haberme amado a pesar de que sabías que un día me iría-, dijo la mariposita estirando lo más que pudo sus patitas para poder así abrazar un poquito al árbol.
-¡Pronto nos veremos!-, dijeron las dos mariposas, dibujando hermosos trazos en el cielo.

Los ojos del pobre árbol estaban tan llenos de lagrimitas que poco podía ver a sus amiguitas. Pero una vez más comprendió que eso era Amor, era Amistad, y que pronto volverían con compañía. Y entonces su sonrisa iluminó su tronquito y estiró mucho, mucho, sus ramitas para parecer más grande... Y quién te dice que algún gusanito llorón lo viera y entrara en su cuevita, que con ansiedad y mucho cariño lo estaba esperando...

Y Colorín Colorado este cuento ha terminado.

¡Hasta pronto!

La Abuela Tata

martes, 7 de julio de 2009

Primer Cuento - La Florcita Margarita

Sucedió hace mucho, mucho tiempo en el hermoso país de la Fantasía… (¿Sabés que es la “Fantasía”? Es el país donde todo es posible gracias a la Sra. Imaginación, que es la que crea las cosas y la Sra. Memoria que las guarda en pequeños cajoncitos para poder contarlas cuantas veces se desee). Bueno, como te decía, allí nació una pequeña florcita llamada Margarita.
Mientras abría sus ojitos, miró hacia arriba y vio un hermoso cielo y un solcito que le daba calorcito y mucha luz.

La florcita se preguntaba por qué no podía volar. Y se sintió muy solita y triste con sus piecitos agarrados a la tierra.

De pronto se oyó un bullicio… (¿Sabés que es un “bullicio”? Es como muchos ruiditos juntos). Bueno, bueno… como te decía, un hermoso pajarito de plumitas verdes, colita azul y piquito rojo daba vueltas alrededor suyo:
-¡Hola florcita!- cantó el pajarito
-¡Hola pajarito!- contestó Margarita, y comenzaron a jugar como si se conocieran de mucho tiempo atrás, el pajarito volando alrededor de la florcita y ella sonriendo muy entretenida.

Así transcurrió todo el día hasta que el solcito comenzó a caer. El día estaba terminando y el pequeño pajarito se despidió prometiendo volver al día siguiente. Margarita quedó solita y ocultó la carita entre sus pétalos porque sintió miedo al ver que el cielo se ponía oscuro, y se durmió.

Al día siguiente ni bien se despertó, miró a su alrededor pensando en encontrar a su amiguito, quien no tardó en llegar y comenzaron a jugar. Así transcurrieron muchos días y Margarita se sentía tan feliz que olvidó que no podía sacar sus piecitos de la tierra.

Pero una mañana, Margarita esperó en vano y su amiguito no volvió (¿Sabés que es “en vano”? Significa que no se realiza lo que deseas). La florcita, inquieta, pensó que le había pasado algo malo. Quizás estuviera enfermo o, peor aún, quizás se había cansado de ser su amigo y no volvería más. Afligida, pensó (¿Sabés que es “afligida”? Significa preocupada) que no sabía su nombre, tampoco podía ir en su busca porque sus piecitos estaban agarraditos a la tierra. Y sintió mucha, mucha tristeza, todo le parecía apagado al no escuchar el parloteo de su amiguito (¿Sabés que es el “parloteo”? El ruidito de las charlas).

De pronto, el cielo cambió de color y se puso gris y comenzaron a caer unas gotitas que mojaron su cara. Enseguida cerró sus petalitos y se escondió pensando que la lluvia era mala. Pero al día siguiente, al despertar, miró a su alrededor y vio que el pastito estaba más alto y más verde, las plantitas habían crecido y en los charquitos que se habían formado, se bañaban los pajaritos. Comprendió entonces la florcita que la lluvia era buena porque ayudaba a crecer a las plantitas y los pajaritos disfrutaban de lo lindo tomando agua con sus piquitos.

¡Qué alegría sintió Margarita al oír el ¡TUI! ¡TUI! de su amiguito que había regresado!
¿Pero qué veían sus ojos? ¡¡¡Su amigo no era amigO, era amigA!!! Era una cotorrita y traía con ella cinco hermosas y pequeñas cotorritas. ¡Eran sus hijitas!! ¡AHHH! … ¡Cómo jugaron todo el día! Margarita estaba tan contenta, que no se afligió al ver que uno de sus pétalos había caído.
Una cotorrita le dijo: - No te preocupes, Margarita, llevaré tu pétalo a conocer lo que es una montaña. Y así lo hizo y a través de su petalito supo cómo eran las montañas.

Transcurrieron los días y en cada uno de ellos la florcita perdía un petalito, que era levantado por el piquito de alguna de las cotorritas que volaron a mostrarle otras cosas. Y así, sin moverse de ese lugar, Margarita conoció los ríos, las lagunas, vio los patitos en ellas, conoció las ranitas y voló junto a las mariposas. ¡Qué feliz se sentía!

Una tarde, sus amiguitas decidieron quedarse junto a ella durante la noche. Ese día Margarita miró con un poco de miedo al cielo, pensando que al irse el sol quedaría todo oscuro. ¡Grande fue su sorpresa al ver que el cielo se llenaba de pequeñas chispitas llamadas estrellitas! Conoció también a una señora gordita llena de pequitas (¿Sabés que es una peca? Son esas hermosas manchitas que tienen algunos nenes en sus caritas) que iluminaba todo el bosque, llamada Señora Luna.

A la florcita no le alcanzaban los ojitos para mirar tanta belleza (¿sabés que es la belleza? Algo muy, muy lindo). Miró a su alrededor y vio a las cotorritas dormidas y comprendió que a pesar de que se estaba quedando un poco peladita, tenía que agradecer tantos conocimientos pues había recorrido muchos lugares aún sin moverse de donde estaba. Y sintió una alegría y una emoción muy grande por haber conocido eso tan lindo que es la Amistad y también sintió que había dado y recibido mucho Amor.


Y con una sonrisa muy, muy grande se durmió esta vez con los petalitos al viento, tranquila, sin miedos y agradeció a ese ser tan grande y bueno del que había oído hablar, ese señor llamado DIOS. Y colorín colorado… este cuento ha terminado.
¡ Hasta pronto!!
Abuela Tata.